Estaba ahí. Parado de frente, mirándome hacía los ojos con esa mirada única. Sus mejillas enrojecidas, me hacían recordar a esas muñecas que tenía de pequeña. Su cabello rojizo al viento, se mecía, tiñendo el aire de color pasión. Llegué hacía donde estaba y me tomó de las manos sin darme tiempo a pisar firme. Soltó una de mis manos y corrió el molesto y entrometido cabello que perturbaba la visión de mi rostro. Me tomó de la cintura, y me acercó más hacia él. De repente, soltó una palabra.
–Gracias.
Marcó suevamente cada letra de la palabra. Impotente e irresistible. Me puse nerviosa y me precipité. El se quedó mirándome, esperando mi reacción.
–No fue nada comparado a todo lo que tú hiciste por mí. Me reviviste. Me sacaste de la penuria y soledad. No me digas gracias, yo te diré gracias a ti.
Miró mi rostro y lo recorrió enteramente con sus ojos, de la forma más suave y hermosa. Llego a mis labios en donde se concentro, y apoyo los suyos suavemente, dando lugar a luego quitarlos, para dirigirse a mi oído y susurrarme tres palabras que nunca olvidaré.
–Eres mi todo.