Aún podía notar su tristeza. No eran muchas las veces que lo veía así, y me preocupaba. Lo miré un largo rato. Sus azules ojos estaban al borde de unas ocultas lágrimas que no saldrían, pero aún así yo las veía. Sus labios estaban tiesos, rojos carmesí, sellados por el silencio, que ansiabas salir de esa prisión y volverse palabras.
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